miércoles, 3 de enero de 2018

Estereotipo

Estereotipo

I

C. es, exteriormente, todo lo que se espera de un preso. Corte de pelo "turro", cejas depiladas, vestimenta de gimnasia, tatuajes de tinta china.

Cuando llegó al aula todos mis prejuicios dispararon señales de alarma. El curso estaba tranquilo, se trabajaba muy bien y, si había problemas entre ellos, nunca los noté dentro del aula. "Los problemas se arreglan en el pabellón", me decían. La presencia de C., pensaba, venía a ponerle una cuota de tensión al curso. Sinceramente pensé que estábamos mejor sin él.

C. tenía la materia parcialmente aprobada, por lo que solo debía cursar un período breve de tiempo para acreditar los saberes de la materia y aprobarla. Ese período lo debía fijar yo. Como en ese momento el horario de mi materia se le superponía con el de otra asignatura, quedamos en que aparecería cerca de fin de año para hacer un trabajo evaluativo final.

Llegó a cuatro clases de terminar el año. Se excusó argumentando que en esa época se le había complicado mucho la autorización para "bajar" a educación, cosa que era cierta. Mientras explicaba su situación, tropezaba con su lengua evidenciando el efecto de alguna droga.

Supuse que no iba a aprobar porque tenía que ver mucho en poco tiempo, la mayoría por su cuenta.

El tema era texto argumentativo. Definición, características, recursos, ejemplos. Debía analizar dos textos extensos acerca de la educación en contextos de encierro, hacer dos trabajos prácticos y finalizar la unidad con un texto argumentativo propio acerca del tema, con una extensión determinada. Para muchos este texto representó el trabajo de producción individual más extenso que escribieron en sus vidas.

C. se fue quedando cada vez más solo conmigo porque los alumnos que tenían la nota cerrada no asistían más a clases. Las últimas dos clases estuvimos solos él y yo.

Juntábamos dos mesas y pasábamos la clase así, frente a frente. Lo primero que noté estando cerca de él fueron las cicatrices, ordenadas una encima de otra a lo largo de los antebrazos, producto de cortes con gillette que él mismo se había hecho. Cuando lo vi solo, observé los tatuajes, inmediatamente conecto todo con el estereotipo que tenía en la cabeza, dejé de verlo a él para observar al delincuente que tengo en mi cabeza y cada rasgo que veía buscaba confirmar en él mi imagen interna. Todo lo demás se me pasó por alto.

Uno de los rasgos que se me pasaron fue el interés que ponía en la lectura de los textos. Al principio asumí que estaba tratando de quedar bien frente a mí. Me equivoqué.

Las últimas dos clases antes del examen, esas dos en las que quedamos solos, se largó a hablar. Entrar solo al final del año a un curso armado, con todos los códigos relacionados con cuestiones internas de los pabellones y el tema del poder rondando el curso lo volvió callado por precaución. Otra vez la cuestión de la tumba, esa sensación de que todo es amabilidad y buena predisposición pero que hay también un muro que no podés atravesar. Sospechás que atrás de ese muro hay mucho, pero mucho, sabés que está todo eso ahí y que todos los alumnos lo conocen, y los guardias, y vos no. Por momentos alguien se olvida y dice algo, se da cuenta y luego calla. Eso es lo único que tenés, el único agujerito en el muro por el que ves un poquito del otro lado. En base a eso podes sospechar, conjeturar, hipotetizar, pero nada más.

Cuando C. estuvo solo empezó a hablar y descubrí muchas cosas. Había leído los textos que tenían testimonios de internos de otros penales en relación con la educación. Todas las experiencias eran positivas. Un condenado a 40 años que se había recibido de profesor y trabajaba en el penal como docente de sus propios compañeros, entre otros.

Me contó que después de leerlos se los mostró a los compañeros del pabellón, porque el profesor del ejemplo había sido un asaltante de camiones blindados, delito considerado de alta estima dentro del penal.

Los presos siguen con mucho interés las historias de algunos presos. Existe una jerarquía de delitos. Robar blindados o bancos tiene una valoración muy alta. "No cualquiera se regala con un blindado o un banco. Ahí te matan, no hay historia". El que roba sin arriesgarse, el rastrero, tiene baja jerarquía. Los violadores están separados del resto. Y así.

Los compañeros de C. también leyeron los artículos. Analizó las cuestiones formales bastante bien, teniendo en cuenta que no tuvo clases de consulta ni recibió explicación más que de los textos teóricos. Trabajamos las dos clases sobre eso y empezó a elaborar el borrador de su texto.

La valoración de la educación es muy alta tanto para C. como para los demás. La posibilidad de terminar la secundaria (le falta mi materia y una más) era un sueño que se transformó en proyecto dentro del penal, y ese proyecto en una realidad que motoriza otros proyectos, como el de la universidad. "Los que estudian tienen un espacio dentro del pabellón, sus mesas y sillas y libros. No crea que les dieron el lugar, se lo armaron ellos y se hicieron respetar ellos para que le respeten el espacio. Acá hay que hacerse respetar. Usted los mira y son distintos, están en otra. Yo quiero ver si puedo, quiero ser como ellos y estar en otra. Si no estás en otra el encierro te come la cabeza y empezás a caer en las boludeces. Quiero estudiar para ser distinto, para llevarle el título a mi familia y que vean que yo, que soy la decepción de la familia, que me hicieron la cruz y que no esperan nada de mí, terminé la secundaria que ellos no terminaron y voy a la universidad que ellos no conocen”.

II

El 95% de los presos argentinos no terminó la secundaria. C. pertenece a un sector social que piensa que la secundaria no es para ellos. No por vagancia, no por falta de capacidad. Piensa eso porque es lo que dice la tradición, la historia familiar, la trayectoria de los amigos del barrio y su experiencia personal. Sumado a los medios, la gente de afuera, el trato de los adultos en la escuela, etc.

C. empieza la secundaria por varios motivos, pero el central, ese que le da el empujón de entrada y el que le pone freno al abandono es el estímulo educativo presente en la ley 24.660, que estipula la posibilidad de salir meses antes en libertad condicional por aprobar los diferentes niveles de escolarización dentro de la cárcel, como también por realizar cursos de formación profesional.

Me cuentan profes que están en esto desde hace más tiempo que yo, que antes de la implementación del estímulo educativo las aulas de los penales estaban vacías y que, luego del estímulo, las aulas se llenaron.

Es decir que fue un éxito a los fines para los que fue pensado. Estimuló el ingreso al sistema educativo.

Escucho que se cuestiona el estímulo educativo porque los alumnos van a la escuela por los motivos equivocados, la educación pierde sentido en sí misma para convertirse en un medio para un fin.

Entiendo, pero ¿cuáles son las razones que llevan a los adolescentes a ir a la escuela? Casi siempre obligación. ¿Y a los adultos fuera de la cárcel? La mayoría busca un título que le posibilite el acceso a un mejor trabajo. El resto viene después. ¿Por qué van, entonces, los presos a la escuela? Para salir antes.

Salvando excepciones, no encuentro en ninguna de las modalidades de la educación secundaria la valoración de la educación como un fin en sí mismo. Que lo que pasa dentro de las aulas se vuelva, citando el aburrido y monótono vocabulario de la pedagogía, "significativo" para los alumnos, es el gran desafío de los profesores.

El día en que la mayoría de los alumnos se inscriba en la escuela para tener un horizonte amplio que le permita construir activamente una visión crítica de sí mismo y del mundo, ese será el día en que tendremos resueltas un montón de cuestiones en materia de educación. Mientras tanto tenemos esto, gente en las aulas con las cuales trabajar. No es poco, realmente.

III

Más estadísticas. Del 95% de los presos que no terminó la secundaria, el 44% no terminó la primaria. Trato de pensar en cuántas personas de mi entorno conozco con la primaria incompleta. Ni uno solo. Después de años y años, la educación sigue siendo un privilegio de clase.

Hay presos analfabetos. Desde mi perspectiva, desde mi burbuja, el analfabetismo estaba erradicado. Pero resulta que en la cárcel hay más de uno. Quisieron empezar la primaria pero rápidamente desistieron. Los maestros parten de la idea de que sus alumnos saben leer y escribir, sumar y restar. Que estos alumnos no sepan eso provoca un desfasaje muy importante con el resto de la clase. El sentimiento es de vergüenza, dejan de ir a la escuela y se quedan en el pabellón.

La maestra encargada de primaria solicitó con urgencia una maestra alfabetizadora para atender a estos casos.

Me quiero imaginar cuánto del mundo podría entender sin saber leer. ¿Qué tan extenso podría ser mi horizonte?

Si a eso le agrego un muro con alambres y guardias frente a mi cara, ¿a qué se reduce el mundo?

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