martes, 16 de agosto de 2011

Convivencia entre particulares

Cuando le comentó a su esposa de su cualidad, a ella no le interesó mucho, como había dejado de interesarle todo lo que a su esposo le acontecía porque, si bien nunca había sido un tipo interesante, los años vividos bajo el mismo techo compartiendo la rutina lo habían vuelto aún menos interesante de lo que fue en un principio.
Se conocían de memoria, por eso manejaban a la perfección sus tiempos y espacios sin estorbarse nunca el uno al otro. Ya conocían sus rutinas, sus humores, sus manías. Compartían el techo porque les resultaba más cómodo que mudarse, y porque en verdad nunca peleaban. Seguían juntos llevados por una especie de inercia, una inercia que no les terminaba de disgustar, una especie de comodidad compartida entre dos personas que no necesitan nada de otras personas y que se hacen compañía, que se hacen sentir para que la soledad nunca represente un problema que requiera solución. Es decir, si estando juntos alguna vez se sienten solos, se dirán que es lo normal, que son los años, que es la rutina, pero que no hay nada que hacerle, y así siempre en domingo habrá juego de cartas o películas francesas que son el delirio de los dos. Siempre tendrán un programa en conjunto, invariable, para terminar con alguna mala semana en donde la soledad se haga sentir. Y en las buenas semanas, tendrán además programas individuales que nunca serán del todo interesantes pero que funcionan para ir pasando el tiempo.
De vez en cuando el observador que transpira se plantea las razones que lo llevan a vivir con su esposa. Luego de años de reflexiones, concluye que el paraíso sería verse de vez en cuando. Vivir solos y visitarse un par de días por semana, o un ratito todos los días. Pero viéndose en la necesidad económico/social de vivir bajo un mismo techo o divorciarse, elige quedarse con ella, valorando entre sus muchas ventajas su capacidad de adaptación a la transpiración y a la intrascendencia, lo que para el observador que transpira constituye un equilibrio más o menos perfecto entre amor y realidad.