jueves, 27 de enero de 2011

El observador que transpira: la indumentaria

No existen en el vestuario del observador que transpira remeras de colores llamativos, menos que menos las grises. Los colores elegidos son el blanco, el negro o el azul oscuro, y el motivo de esa elección es disimular un poco las aureolas de sudor debajo de sus axilas, aureolas que forman parte de su figura tanto como los ojos o los dientes. Las camisas son blancas sin excepción. Trabaja siempre de traje y siempre con camisa blanca, al punto de tener en su casa tres o cuatro camisas exactamente iguales para cambiarse durante la semana. Para complicar aún más las cosas, tiene un cuello más ancho que el establecido como estándar por los fabricantes de ropa, por lo que el talle de las camisas debe ser un solemne 42, pero necesita recurrir a una modista inmediatamente después de la compra de una nueva camisa blanca para que la adapte al resto de su cuerpo, de un modesto talle 39/40.
A pesar de que ya conoce de sobra su talle y de que la modista tiene desde hace tiempo sus medidas, el proceso de adquirir una camisa le resulta particularmente engorroso. Los empleados insisten en que se pruebe cada prenda que va a llevar porque los modelos cambian, las colecciones también, el paso del tiempo, etc. Las camisas siempre le quedan de la misma manera y él lo sabe, pero no tiene el coraje de enfrentarse a los vendedores y su irritante sonrisa. Así que se prueba. El interior de un probador es el peor lugar para el observador que transpira, quién siente temor hacia a esas cortinas que no sirven para los fines a los que se las destina en los locales de ropa. Es un hecho para el observador que transpira que los bordes de las cortinas nunca se cierran de manera efectiva contra la pared. Siempre ingresa luz por los laterales, por lo que supone que desde afuera se puede ver todo. Inútil ubicarse en el medio del probador, ya que el reflejo en el espejo que se ubica paralelo a la cortina y ocupa toda la pared hace que quien mire casualmente pueda observar sin problemas al observador que transpira probarse la camisa. Además, nunca sabe muy bien qué ropa debe colgar en el único gancho disponible ni qué función debe asignarle al banquito que se encuentra en el rincón. Esto lo hace transpirar más de la cuenta y debe probarse rápidamente la camisa para evitar devolvérsela al vendedor con indicios de sudor. A veces, cuando el proceso se demora demasiado, debe secarse con la ropa que trae puesta antes de probarse la camisa nueva, lo que le resulta verdaderamente incómodo, ya que debe calcular que el sector de la prenda con la que se va a secar no esté demasiado a la vista para no lucir mojada una vez terminado el proceso.
Por último, mirarse en el espejo que ocupa toda la pared le resulta tan inevitable como doloroso. Se ve desmejorado, arrugado y gordo, y esto provoca que al salir del probador se sienta absolutamente derrotado frente a la sonrisa cada vez más irritante del vendedor, o en el peor de los casos, vendedora.
El periplo continúa hacia la casa de la modista, que insiste en tomarle las medidas aunque siempre sean las mismas. Se siente ridículo como niño grande al que una señora mayor hace girar de un lado para otro, estirar las manos, moverse hacia un sitio más iluminado, mientras es manoseado y escrutado minuciosamente en busca de medidas que se registran en un cuaderno de hojas amarillas. Todo esto se realiza en el domicilio particular de la modista, quien a veces interrumpe la conversación con alguna visita ante la llegada del observador que transpira, quien se ve obligado a saludar a los para él desconocidos invitados en el trayecto que va desde la puerta de entrada hasta la habitación destinada al oficio. Esto genera nervios y transpiración, además de una particular sensación de nerviosismo cuando la modista toma las medidas correspondientes al largo de mangas y el observador debe elevar los brazos en cruz mientras la mujer escruta detenidamente el espacio invadido por las aureolas.
A pesar de eso, al llegar a su casa el observador que transpira agradece. A él le gustaría tener un talle de camisas normal y transpirar un poco menos, pero ante esta imposibilidad, al menos existen modistas que ocultan las diferencias para parecerse un poco más al resto y telas blancas para disimular el sudor.

domingo, 16 de enero de 2011

El observador que transpira: a modo de introducción

I
Transpira. Transpira todo el tiempo. Transpira de día, de noche, con calor, con frío, en invierno o en verano. Siempre supuso que la eterna humedad, que junto con el viento caracteriza a la ciudad, era el principal desencadenante de su crónica transpiración. Pero lo cierto es que nunca conoció a nadie de esa ciudad ni de ninguna otra que transpirara tanto como él. Esto le provoca una cantidad aún mayor de inconvenientes a la hora de relacionarse con la gente. Digo aún mayor porque siempre fue una persona introvertida, y ya no sabe si su introversión se agrava por su transpiración crónica, o es la transpiración lo que vuelve introvertido.
Más de una vez escuchó que todas las personas tienen algo por lo que se destacan de las demás. Una cualidad, a veces un don, que los hace únicos. Luego de mucho reflexionar el observador que transpira se dio cuenta de que su rasgo destacado era la cantidad de transpiración. Desde ya que estaba algo desilusionado. Si alguien le preguntara en qué se considera único, él, siendo sincero con quien pregunta y consigo mismo, tendría que responder “transpirar”. No es algo atractivo, ni siquiera interesante. La gente no le hará toda clase de preguntas acerca de su don y sus aplicaciones, de cuándo se dio cuenta de ese talento, etc. Por eso decidió, desde el momento mismo en que se descubrió su cualidad, ocultarla a los demás. Hoy en día, ante una pregunta de esas características el observador que transpira responde con un “realmente no lo se, creo que nada” y esboza una sonrisa cortés para que el autor de la pregunta se sienta incómodo y cambie de tema sin insistir.
El único problema es que el hecho de ocultar lo que lo hace singular lo vuelve absolutamente ordinario a los ojos de los demás. En este mundo exitista, lo menos que se espera de la gente es que haga una gracia para poder competir en el mercado de gracias con el resto. Pero el observador que transpira optó por la mediocridad y la intrascendencia al riesgo de que la sociedad rechace su cualidad. Lleva su don como un estigma. Por lo demás, nunca le interesó sobresalir, por lo que el hecho de que lo tachen de ordinario o aburrido nunca le molestó.
Así, el observador que transpira vive en función de su transpiración, o transpira en función de su vida, transpirando aunque solo observe o transpirando porque solo observa, o algo así.