sábado, 24 de marzo de 2012

Gripe A: Escritura de Emergencia (el observador en primera persona)

Son las cuatro de la mañana y terminé de leer este libro. Su lectura y mis dolores me desvelaron
No se si Darwin murió realmente de mal de Chagas, pero de ser así, puede que se lo haya contagiado en esta zona hace casi 180 años, cuando esta ciudad era solo un proyecto con un muro, una fosa y algunas casas. Justo en esta ciudad, que olvida sistemáticamente su historia en su intento por ser otra.
En estos días la figura de Darwin se me hace extrañamente presente, cuando una supuesta gripe letal me tiene en la cama de mi casa sin poder salir ni ver a nadie para evitar que personas inocentes se contagien por saludarme o simplemente compartir un espacio conmigo. La supervivencia del más apto se me hizo inesperadamente personal, a partir del minuto posterior a ser informado de que pertenezco a uno de los denominados “grupos de riesgo”.
En verdad no creo mucho en esta gripe y su letalidad, pero el estar encerrado sin poder ver a nadie me sugestiona. De vez en cuando se escucha en la radio sobre una nueva muerte, esta vez la de un joven atleta que no formaba parte de ninguno de estos grupos de riesgo. El resto del tiempo en los medios se habla de la prevención de la gripe, del supuesto origen de la gripe, de las características de la gripe, de la manipulación política de las estadísticas referidas a la gripe en nuestro país para no perder las elecciones, etc. Luego de un tiempo de escuchar lo mismo, mi cama se pone más incómoda. Eso me hace recordar a la supervivencia del más apto. Eso me lleva a escribir esto.
Malestar general. Dolor de cabeza, tos, vómitos.
Un amigo también padece la enfermedad y no se si es por mi culpa. A causa de ese contagio cerraron por tiempo indeterminado la biblioteca en donde él trabaja. Quizás yo sea el responsable involuntario del cierre de ese lugar, que según cuenta la leyenda funcionaba como la cárcel del fuerte que después desapareció para dar paso a la ciudad que busca desaparecerse a sí misma para ser otra, cambiando, derrumbándose y reconstruyéndose con la velocidad y la consistencia del viento que la caracteriza.
La leyenda habla también de espectros en el que hoy es el depósito de libros. Hace tiempo que trabaja, nunca vio nada, pero tampoco niega la posibilidad. A decir verdad, la mayoría de los libros depositados en ese lugar están escritos por gente ya fallecida, y esas publicaciones son como una resistencia a la muerte, como una superación del tiempo de vida de los escritores, lo cual tiene bastante de fantasmal.
Empiezo a hablar de fantasmas y creo percibir que el viento está golpeando con mayor fuerza las ventanas. El viento estuvo siempre. Está siempre. Ahora lo descubro porque parece tener más intensidad. Pero en esta ciudad, al ser constante el viento y su estruendo, con el tiempo dejamos de percibirlo y pasa a formar algo habitual en nuestros oídos: algo como el silencio, pero peor.

Me duelen las articulaciones, el pecho, la garganta al toser, la cabeza cuando me muevo. Leo el paso de Darwin por la ciudad en este libro que alcancé a sacar antes de que cerraran la biblioteca. Analizaba fósiles prehistóricos. Teorizaba sobre alimentación, costumbres, sobre el avance o retroceso del mar en esta zona. No le interesó en nada aquel fuerte de escasos años de vida, que incluía apenas un par de casas habitadas en su mayoría por personas que no provenían de estas tierras.
Veo desde la ventana la calle llena de afiches de campaña. Desde acá no distingo ni candidatos ni consignas, pero los adivino a fuerza de repetirse una y otra vez en cada elección. Me duele cada vez más todo y me pregunto si es normal, o si acaso estoy empeorando.
Darwin menciona que el gobierno de Buenos Aires ocupó esos terrenos injustamente, por medio de la fuerza, y que las fortificaciones son necesarias por ese motivo. Parece que la ciudad se funda desde la ilegalidad. Parece que el destino trágico de la ciudad es el de irse con el viento, como una especie de venganza de la tierra hacia sus usurpadores.
Pero parece también que los espectros se niegan a la levedad de la ciudad, y se empeñan en aparecer para obligar a recordar el pasado en el que fueron. Hoy Darwin se me presenta con más fuerza que nunca, tanto que parece con su obstinada presencia atentar contra su propio evolucionismo.
No tengo hambre, pensar en comida me da ganas de vomitar. Me conecto en internet. Mucha gente me pregunta como estoy y me desea una pronta recuperación. Me envían los mejores deseos por el medio más económico. Empiezo a medir el grado de aprecio que me tiene la gente por el dinero que gastan en comunicarse conmigo.

¿Qué es esta enfermedad? Mejor dicho ¿Qué es este rumor que recorre las calles y que evita que la gente se dé la mano? ¿Qué tan serio es para que las autoridades tengan que manipular las estadísticas por miedo a volcar de manera irreversible la imagen positiva de voto? ¿Es cierto que las estadísticas son manipuladas, o los partidos opositores hablan de manipulación de estadísticas para manipular votos a su favor con rumores irresponsables? El hecho es que estoy enfermo, que verdad o mentira pero cerraron la biblioteca, que me siento cada vez peor y que, fundamentalmente, no quiero morir a pesar de que pertenezco a los “grupos de riesgo”.
Soy el menos apto para sobrevivir, si me guío por Darwin y su ya fastidiosa presencia. Conforme los minutos pasan y el dolor aumenta, siento que le creo cada vez más.
Irremediablemente me voy a tener que levantar. Tengo que tomar las pastillas para que el dolor de cabeza no empeore. Me duele moverme.

Tengo que ir al baño. No creo que tenga fuerzas para soportar el dolor de las hemorroides. En algún lado leí que eran producto de nuestra costumbre de usar inodoros. El cuerpo humano aparentemente esta preparado para cagar en cuclillas. Esa es su posición natural. Pero resulta que los inodoros distribuyen la fuerza de otra manera, trabajando otras partes del cuerpo, y las hemorroides son el resultado de eso. Qué diría Darwin, las hemorroides como símbolo de la sobre - culturización, el cuerpo humano no se adapta al medio civilizado en el que vive y trae como consecuencias estas lesiones, por cierto poco elegantes para ser tratadas como culturales.
Estoy escribiendo esto, sin saber particularmente a quién va dirigido, pero con la certeza de que será leído en algún momento.
Escribir un libro sería totalmente inútil. Nadie lo publicaría, en caso de publicarlo sería en esas editoriales de barricada que logran sacar un texto para los amigos que lo compran por compromiso, y luego mueren en algún rincón, finalizando su recorrido a los pocos metros de haber partido. Internet es un mundo tan vasto que un texto se pierde en una inmensidad al alcance de muchos, pero esa inmensidad es tan inmensa que se torna bastante similar a la nada.
En cambio, escribir en un libro es diferente. Escribir, por ejemplo, en estas hojas en blanco que quedan entre el final del texto y la contratapa, promete una circulación segura. Quizás nadie nunca quiera leer algo mío, pero de Darwin seguro que sí. Cada vez que se lleven a Darwin a su casa, iré yo como un intruso, un polizón, como una rémora conformándome con la lectura indirecta de un lector entre sorprendido e indignado por mi atrevimiento. Para asegurarme de su mejor conservación, he decidido contra todo lo que dicta la cultura contemporánea en general y las normas de la biblioteca en particular, escribir el texto con tinta. De este modo, evito las manos vigilantes del personal y la goma de borrar que condenaría a la muerte a estas palabras.
Hoy no imagino otro método de circulación más eficaz. Entiendo que es desesperado, pero mi situación también lo es. Me dijeron que puedo morir, que soy el menos apto para sobrevivir a esta enfermedad. Me dijeron que me aislara, que no arrastrara conmigo a más gente. Me dijeron que sea socialmente responsable. Me dijeron tanto que lo que empezó como una inquietud se perfila a terminar como testamento.
Me descubro haciendo la letra cada vez más chica para ganar más espacio. Lamento que pronto no haya más espacio y que no exista forma de ganar lugar. Lamento que lo único que quede como legado de mi vida sea un texto accidental y sin mayor interés para otras personas. Pero para mis hipotéticos futuros detractores puedo argumentar que quizás se deba a que aparentemente me estoy muriendo.
No tengo pulso para una letra tan chica. Busqué una lapicera con punta más fina, sepa el lector disculpar el brusco cambio en la tinta.
Me cuesta caminar, me muevo muy despacio por el dolor muscular. Dolor de cabeza. El olor nauseabundo que queda en la casa luego de vomitar no se puede sacar con nada. Quizás sea porque el olor queda en uno, no en la casa. Más precisamente en las fosas nasales, por eso no hay cómo sacarlo. Sepa el lector disculpar nuevamente la temática, prefiero especificidad descriptiva por sobre elegancia, para acercarme un poco más al lector que saca de la biblioteca un libro de Darwin y me lleva consigo a pesar suyo.

Voy llegando al final del espacio de escritura y me molesta haber manchado el libro con esta escritura que no dice nada. Quizás no podría decir nada aunque quisiera, porque probablemente no haya nada que decir. Quizás la triste realidad sea que no tengo nada que decir, nada que justifique estas letras ensuciando un libro ajeno.
Se terminó el espacio. Me gustaría poder borrar todo y escribir algo mejor. Me gustaría no morir. Sepa el lector disculpar esta intromisión en su lectura. Valga como atenuante, aunque no como justificación, el carácter de escritura de emergencia, con todo lo que tiene de accidental, pero con la necesidad imperiosa de no ser olvidado con tanta facilidad por mi ciudad y por mi tiempo. Sepa el lector que quizás yo esté muerto cuando usted lea estas líneas, y que esta puede llegar a ser la única forma de comunicación trascendente que tenga. Sepa el lector de estas palabras que son el desesperado intento de no morir y listo, de dejar algo que diga que estuve. Espero sinceramente no haberme acercado en ningún momento a la espantosa solemnidad de los discursos de los moribundos de novela.
Este escrito dice que estuve. Nada más
Gracias