jueves, 31 de marzo de 2011

La explotación

El observador que transpira lee atentamente el artículo 150 del capítulo 1 del título 5 de la ley 20.477 en donde dice:

El trabajador gozará de un período mínimo y continuado de descanso anual remunerado por los siguientes plazos:
a) De catorce (14) días corridos cuando la antigüedad en el empleo no exceda de cinco (5) años.


y considera que no existe en el mundo moderno nada que se asemeje más a la esclavitud que pasar todo un año de vida metido adentro de un local de venta de, por ejemplo, zapatos, y solo poder descansar de ese tedio durante catorce (14) días corridos durante los primeros 5 años de tu vida, para pasar a descansar veintiún (21) luego de los 5 años de antigüedad, lo cual representa una falacia, ya que prácticamente nadie soporta una antigüedad de 5 años como empleado de una zapatería.
Agradece el hecho de ser empleado público, teniendo en cuenta que el Estado es más humano en lo relativo a condiciones de trabajo. A veces se da cuenta de que uno se queja por deporte, ya que se encuentra, dentro de todo, en un lugar codiciado por más de un zapatero.

jueves, 10 de marzo de 2011

Arte electoral

Una persona pinta las líneas peatonales en las esquinas que rodean la plaza principal de la ciudad.
Esa persona no sabe que lo que está haciendo es una intervención política determinante en el municipio. No sabe que el hecho de pintar esas líneas representa un punto sólido en la gestión oficial de cara a los próximos comicios. Pero sospecha.
Es de vital importancia para tener oportunidades de reelección que esas líneas estén recién pintadas al momento en que los ciudadanos emitan el sufragio.
En la casa y el trabajo a esa persona le dicen el Negro.
El Negro (esa persona) solo piensa en lo innecesario de la operación. Las líneas se ven perfectamente. Mejor sería pintar líneas en esquinas de calles que nunca las tuvieron, en vez de re pintar las que ya forman parte del color natural del asfalto a fuerza de ser pintadas cada dos años con motivo de elecciones municipales, provinciales y nacionales.
El Negro piensa que en su barrio no hay líneas pintadas. Pintar en ese lugar sería cuestión de una tarde.
Sin embargo otra vez le toca al centro. Encima los obligan a ponerse esas pecheras naranjas que no utilizan nunca, pero que cuando se trabaja en el centro repentinamente son obligatorias. Con los conos naranjas como las pecheras se delimita un perímetro por donde no pasan autos ni gente, y se procede a repasar una vez más esas líneas, provocando una demora importante en la circulación de la calle. Pero a la gente parece no importarle. Por eso no es tan terrible que se demoren más de una semana para repasar las 4 esquinas de la plaza central. Las líneas ya están marcadas, la operación de repasar es simple y en un ratito se terminaría todo y se podría avanzar hacia la periferia de la ciudad.
Pero el encargado no escucha razones. Desde la municipalidad le bajaron ese plan de trabajo al encargado de personal y de ahí al encargado de la cuadrilla y de ahí a él y sus compañeros, y hay que cumplirlo. Si sobra tiempo se tomarán unos mates con los compañeros hasta finalizar la jornada laboral, siempre manteniendo las pecheras puestas y el perímetro visiblemente delimitado con los conos.
El Negro tiene un jefe. Si el jefe manda atrasarse, así será.
Los enojados son los taxistas. La demora en el tránsito les causa pérdidas en su trabajo y se lo hacen saber a bocinazos o insultos o bocinazos seguidos de insultos o ambos en simultáneo.
El Negro sabe que los taxistas son un grupo bien organizado y sin vueltas, pero él y sus compañeros también integran un gremio que se la banca, así que al escuchar los insultos o bocinazos los manda a la puta madre que los re parió, generando una mínima discusión que dura lo que tarda en pasar el taxi demorado por el sector en donde se encuentra esa persona (el Negro). A veces solo es un poco más lento de lo habitual y es solo un intercambio de insultos que dura apenas un par de segundos. Pero otras veces, en horas pico, la escena se prolonga y el taxista siempre amenaza con bajarse mientras que El Negro lo llama al combate y los compañeros del Negro se acercan como para dar una buena impresión numérica. El taxista nunca se baja y el Negro no quiere pelear, produciéndose solo ese simulacro que atrae bastante a los peatones, quienes toman partido rápidamente para un bando o el otro. Si la escena dura mucho, si los insultos son fuertes y prolongados, si el taxista efectivamente se baja y hay que detenerlo antes de que empiecen a volar golpes, entonces alguno de los testigos del enfrentamiento llamará a la radio local para hacerlo público, y trascenderá el espacio geográfico delimitado por los conos naranjas para ser tratado durante unos minutos en algún programa radial que de seguro escucha mucha gente de la ciudad. Pero en general eso no pasa.

Al observador que transpira le molesta un poco la presencia de esa persona (el negro). La vereda se llena más de gente que lo habitual en el centro, y hay como un clima de tensión entre la gente que siempre parece estar muy ocupada y con prisa por llegar a algún lado. La gente no se ve molesta, pero el observador que transpira observa que todo es más propenso a estallar mientras los conos y las personas de pecheras color naranja cono sigan ahí.
Una vez que esa persona (el negro) termina su trabajo y se va, lo único que queda de su presencia en el centro son esas líneas blancas y radiantes en la calle, que son como una especie de pintada proselitista, de arte electoral funcionalista.
El observador que transpira observa lo bien que quedaron las líneas, el hermoso contraste con el asfalto que se expresa con fuerza cuando las líneas están recién pintadas. Sospecha, se pone incómodo, nervioso. Transpira un poco más. Pero después los nervios se le pasan. Y vota.