jueves, 19 de mayo de 2011

Las ratas de la plaza

El observador que transpira trabaja cerca de su casa. Una verdadera ventaja. Aprovecha para ir caminando. Le gusta caminar cuando es de noche y está fresco porque no transpira, o transpira menos.
Le gusta el invierno. Cuando sale a trabajar todavía es de noche y puede pasar tranquilamente por la plaza del centro de la ciudad. Le gusta que el frío de esa hora lo obligue a esconderse atrás de una bufanda y un par de guantes. Además, disfruta la tranquilidad de la noche minutos antes del amanecer en un día de semana.
En esa época los árboles de la plaza ya no tienen hojas y se puede ver claramente a las ratas corriendo, saltando de rama en rama, moviéndose entre los árboles desinhibidas por la falta de movimiento y la ausencia de depredadores.
Al observador que transpira le resultan simpáticas las ratas. Le gusta verlas saltar y moverse con extrema agilidad, en silencio. Por su gran tamaño, las supone muy similares a las ardillas de los parques canadienses, aunque en realidad nunca vio una ardilla ni un parque canadiense, pero sospecha que su tamaño aproximado es muy similar al de una rata muy grande, como las de la plaza, o un perro muy pequeño, como los de los departamentos.
Sinceramente, cree que la única diferencia entre especies es de prensa, ya que si se observa bien, las ratas son animales igualmente simpáticos, sobre todo cuando comen y usan sus manitos como las ardillas o nosotros, o cuando saltan de un árbol a otro y por algún error de cálculo quedan momentáneamente con sus patas traseras en el aire.
De todos modos se guarda su opinión. Está convencido de que su gusto por las ratas es un error, porque si todos sostienen que hay que matarlas, por algo será.