Dos presos se encuentran en el pasillo y uno le agradece al otro: "gracias hermano, me salvaste las papas". Mientras espero a que el guardia me abra la puerta escucho unos segundos más y me sorprende la literalidad de la charla: uno le había guardado las papas en el almuerzo porque al otro se lo había llevado la requisa a medio almorzar
Hay un alumno que me dice Martín Fierro. No hay dos planos: como les llevé el Martín Fierro ahora soy Martín Fierro.
Trabajamos con cuento policial y alguno se anima a acusarme de ponerme la gorra y llevar cuentos de cobanis.
Se pierden las capas, los niveles de sentido.
A la vez se incorporan términos carcelarios que indican pertenencia al grupo. Estas palabras son, antes que nada, ejercicios de lenguaje: cobani, lavataper y vaca rallada son neologismos creativos y usarlos implica manejar un código de filiación con el grupo.
Despersonalización, le dicen. Alguien olvida rápidamente todo lo de afuera que no sirve y aprende todo lo necesario para sobrevivir. Se transforma en otro.
Veo a un chico con un colchón blanco parado en la puerta de entrada de un pabellón.
-¿Cómo es su nombre?
-J… Dice muy bajito. Paso caminando a tres metros y puedo darme cuenta del miedo.
-¿cómo dijo?" Pregunta el guardia, más fuerte.
-J…
-Ahora el celador lo va a ubicar. Y hable más fuerte que el lugar es grande.
En la escuela cambian el registro. Dejan de hablar en tumbero y me tratan de usted. Conviven en democracia y olvidan momentáneamente las broncas entre pabellones.
Entra uno de afuera al aula. Saluda a los alumnos, me saluda a mí y se va. No entiendo nada pero sé que algo pasó. Esa escena de 5 segundos fue un mensaje a alguien. La puesta en funcionamiento de una lengua que no conozco.
Me agradecen por haber ido.
A veces salgo pensando que ahí adentro enseño una lengua extranjera.
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