viernes, 28 de septiembre de 2012

Especulación financiera

Como se dijo anteriormente, el observador que transpira juega al quini 6. Como también se dijo, pasa sus días planificando la forma de gastar los diferentes montos de los sorteos en caso de ganarlos. Con el paso del tiempo estableció una base de inversiones imaginarias construida con los montos más bajos posibles. A esta base le va sumando adicionales a medida que los pozos a sortear aumentan. Tiene pensados detalles, ubicaciones de terrenos, edificios, posibles locales, negocios, etc.
Es decir que con los años se volvió un especialista en imaginar, en algún rato libre, digamos la cola del supermercado, caminata al trabajo, etc. una vida posible en la que es más feliz. Esta costumbre (quizás habilidad) también lo llevó a detectar a cualquier persona que tenga hábitos especulativos semejantes. Me explico: muchísimas personas pueden decir "Qué ganas de ganarme el quini", "me gano el loto y mando todo a la mierda", y frases similares, frases sueltas de descarga que guardan como sustrato la esperanza de que todo cambie de una vez para bien. El motor de ese cambio es, por supuesto, el dinero. Pero existen otras personas cuya esperanza en transformar su vida a partir de un acierto al escolazo es mucho más profunda. Tiene más que ver con una pequeña y oscura obsesión, que no llega a ser vicio porque no va más allá de una o dos boletas por semana a precio económico, un acto oculto y desesperado en el que se deposita en ese medio la única esperanza de cambiar un vida miserable por otra mejor. Esas personas no dicen esas frases vagas acerca del quini, ellos dicen "con un palito y medio que me gane en el quini estoy hecho". En ese instante el observador que transpira detecta que el pobre infeliz estuvo haciendo cuentas, al igual que él, y concluyó que su planificación imaginaria de base es de un millón y medio de pesos. También, por un mecanismo de inferencias, sabe que también pensó en qué pasaría si en vez de sacar uno y medio sacara dos, o novecientos cincuenta.
Entonces lo mira con otros ojos, con cierta tristeza, con la empatía desdichada que se establece entre dos perdedores. El observador que transpira se va de esos encuentros triste por reconocerse en el patetismo de otra persona, y feliz porque descubre que mientras el pobre infeliz necesita uno y medio, él con uno doscientos se arregla.

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