sábado, 3 de septiembre de 2011

El azar

El Quini 6 es un juego de azar. La idea es acertar 6 números del 0 al 46. Los sorteos se televisan hacia todo el país y el valor de la jugada completa es de 5 pesos. Los números son a elección del jugador y los premios son siempre millonarios.
El observador que transpira juega al Quini 6 cada miércoles y domingo. Siempre juega en la misma agencia de lotería, siempre a los mismos números, casi siempre a la misma hora.
Nunca jugó a la quiniela, al gordo de navidad, a las raspaditas o a algún otro juego de azar. Solo al Quini. Solo una boleta por vez.
Apenas sale de la agencia con el Quini en la mano, el observador que transpira estudia cuánto dinero hay en juego. Existen distintos sorteos y distintos pozos, algunos con diferencias muy importantes, dependiendo de la cantidad de tiempo que permanezcan sin salir. Con el Quini en la mano y las cifras en la cabeza, piensa qué haría si ganara alguno de los sorteos. De hecho, tiene más o menos decidido en qué gastar su premio, dependiendo del monto que gane.
Al principio le daba vergüenza entrar en una agencia de quiniela. En su familia siempre estuvo mal visto el juego, no por la cuestión del vicio o el azar, sino por una cuestión de status social: jugar era cosa de pobres. Con el tiempo se fue acostumbrando al local, hasta que se le volvió bastante familiar. Incluso cruzaba algunas frases acerca del clima o de futbol con el dueño, que al mismo tiempo atendía a la gente y presionaba los botones de la máquina con una velocidad asombrosa. Pero nunca perdió del todo la sensación de estar haciendo algo incorrecto.
Lo que nunca pudo superar fue la sensación de malestar a la hora de ir al local a controlar su jugada para ver si había ganado algo. Siempre se sintió incómodo porque no quería aparentar ilusiones desmedidas frente al dueño, aunque tampoco total indiferencia. No sabía como comportarse ante esa situación, no sabía qué expresión facial era la correcta en esos casos. De todos modos, resultaba un mal necesario porque los horarios en los que se televisaban los sorteos eran cercanos a la medianoche y él a esa hora duerme o se olvida.
Cuando puso Internet en su casa, la cosa pudo haber mejorado. Los resultados se publican rápidamente en la red y no tiene la necesidad de volver a la agencia a controlarlos. Pero igualmente va, por las dudas.
Llegado el momento, intenta postergar un día o dos el control de los números ganadores. Esta postergación no tiene que ver con los nervios ante la incertidumbre del azar, sino más bien con la absoluta certeza de que no ganó, de que los números que eligió la Providencia no son los suyos. Esto le provoca una gran amargura al recordarle la certeza interna de que nunca se lo va a ganar.
Son momentos duros en donde las cuentas mentales, los viajes a destinos remotos y las luminosas casas en la playa se desvanecen en el trayecto que separa la agencia de lotería de la casa del observador que transpira. Las mismas baldosas sostienen dos veces por semana a un hombre que ha perdido todos sus sueños. El mismo hombre, los mismos días, los mismos sueños, el mismo dolor y el mismo peso.
Sin embargo al otro día va sin falta a la agencia y juega los mismos números para el próximo sorteo, y al salir vuelve a imaginar qué haría con lo ganado, recalculando el dinero del pozo, comprando por cinco pesos los sueños rotos del día anterior.
En los días en que amanece pesimista y le pierde un poco el sentido al juego, hace cuentas para reponerse: por diez pesos compra las dos boletas del Quini semanales, las que le permiten hacerse ilusiones durante 5 de los 7 días semanales (dos veces por semana sus sueños se rompen). Es decir que sueña libremente casi todos los días de su vida por tan solo dos pesos por día. Los días de sueños rotos son sin cargo.
Se mira al espejo, mira a su alrededor y concluye que soñar por ese precio es una verdadera bicoca.

2 comentarios:

  1. El observador que transpira, en el fondo sabe que nunca ganará el quini, y lo que le queda? lo que le queda es hermoso. Saludos, muy lindo relato, otra cosa que reflexiono; quizas este visto que el azar sea de pobres, porque el mismo azar los hizo nacer no ricos y de alguna manera esperan que la suerte cambie. un gran abrazo.
    Pablo.-(del barrio Pacifico)

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